Diez años después de su publicación, vuelve una nueva edición del clásico de Betty Edwards totalmente revisada y actualizada. Esta original obra de referencia nos demuestra que, al revés de lo que piensan muchos, el misterio de la habilidad para dibujar no depende de la destreza ni de un talento natural, sino que es una manera distinta de ver y percibir el mundo que todos podemos desarrollar.
Por Brenda Gil Gorrías
“Quisiera tener tu mano”, me dijo una amiga. Y lo primero que pensé fue: “será mi cerebro”. O mejor dicho, “mi capacidad de engañar al hemisferio izquierdo”, porque este actúa como un acosador, inhibiendo y reprimiendo al derecho, cuyas principales habilidades son justamente las visuales y las perceptivas. Por eso hay muchas personas que creen que no pueden dibujar pero hay innumerables actividades que producen un cambio cognitivo para lograrlo.
El potencial está ahí. Betty Edwards demuestra que este talento no es exclusivo de unos pocos y si se reciben las instrucciones adecuadas, cualquier persona puede aprender la habilidad. No es una destreza ni un don, sino tan solo un modo diferente de ver el mundo y que se puede desarrollar. Los ejercicios de este libro están concebidos para aquellas personas que no saben dibujar y que creen tener muy poco talento o ser una nulidad en este sentido.
Además aprender a dibujar crea, sin duda alguna, nuevas conexiones neuronales en el cerebro que nos sirven toda la vida para el pensamiento en general, no es exclusivamente para formarte como un futuro artista. El dibujo (hemisferio derecho) y la lectura educan ambas mitades del cerebro pero lamentablemente los sistemas educativos enfatizan en exceso las habilidades de este último.

“Las artes se han abandonado porque se basan en la percepción, y la percepción se menosprecia porque se supone que no tiene que ver con el pensamiento”, Rudolf Arnheim.
El primer ejercicio de este libro: dibujar una persona recordada de memoria, es el que más suele decepcionar porque la memoria visual suele simplificar, generalizar y abreviar. Justamente me costó una barbaridad, pero tomé uno de los consejos: si un dibujo te sale mal, tranquilízate y silencia tu mente.
Cierro con esta cita: “A veces necesitamos recordar que Shakespeare en un determinado momento de su vida, aprendió a escribir una frase en prosa. Que Beethoven aprendió las escalas musicales, y que Vincent van Gogh, aprendió a dibujar”.